jueves, 26 de abril de 2007

Mi veterinaria se llama Natalia

Anteayer fuimos a la clínica veterinaria porque ya me tocaba la desparasitación y, de paso, mis amos querían comprarme pastillas para viajar en coche. La visita a la clínica fue estupenda -en realidad es que me encanta mi veterinaria, se llama Natalia y es muuuuuy simpática-. Y me encanta sobre todo cuando toca la desparasitación, que aunque suene tan mal simplemente consiste en meterme una pastilla en el gaznate y cerrarme la boca hasta que me la trago (nada de desagradables jeringas o -peor aún- aguja e hilo si me he hecho algún descalabro).
 
Y después viene lo bueno, porque Natalia me da un premio. A ella siempre se le olvida que no me gustan los palitos de premio que tiene arriba, en su consulta. Así que me lo da y yo lo huelo pero no lo cojo. Miro a mi ama y ella dice "es que estos no le gustan, acuérdate de que este perro es un gourmet". Y luego bajamos y me da un premio de los buenos, de los que tiene junto a la caja. Yo me siento y pongo cara de bueno. Levanto una pata y me da el premio, y todos sonríen mucho y se ponen muy contentos (los amos porque se sienten orgullosos de mí, y ella porque va a cobrar por sus servicios). Por cierto, también me pesaron y sigo igual de fibroso y delgado: 27 kilitos de nada.
 
Por lo que respecta a las pastillas... sí, he de reconocer aunque me pese que no soporto los viajes largos en coche. Me mareo. Vomito. Se me cae la baba... lo paso fatal. Así que cuando vamos a salir a un viaje largo me tienen que "drogar". La noche anterior no me dan de cenar, así que no puedo vomitar porque no tengo nada en el estómago. Y el día del viaje lo paso entre sueños y rarezas. No me entero muy bien de nada, ni de dónde estamos ni dónde vamos. Pero al menos me dan mi cena. Uff. Ya estoy temiéndolo. Guau.

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