sábado, 3 de marzo de 2007

No me gustan las visitas

Mis amos han puesto en venta nuestra casa y últimamente no hacen más que venir visitas. Como a mí no me gustan los extraños, mientras la ama hace el paseíllo de rigor por el piso, el garaje, el trastero y la piscina, mi amo y yo tenemos que estar dando vueltas por ahí. Al principio está guay, porque los paseos son largos y damos muchas vueltas por el barrio. Pero cuando vienen varias visitas unas detrás de otras el paseo termina haciéndose muuuuuy largo y me aburro. Entonces es cuando me siento mirando hacia casa como si fuera mi meca y espero a que el amo decida que le doy pena y volvamos al hogar.

Cuando llegamos a casa es cuando realmente me doy cuenta de quién ha venido a ver el piso. Ya en el ascensor comienzo a percibir los horribles perfumes que suelen llevar las señoras más bien mayores, los asquerosos restos de humo de los fumadores, las dulces esencias de colonia y jabón de los jóvenes, los pises de perro sobre los que han pasado antes de entrar en el portal, el limpiazapatos que usan -si es que lo usan- y cientos de sensaciones más que no podría describir aquí.

Lo primero, inspeccionar. Entro en casa como una exhalación y hago una revisión rápida del perímetro. Nada extraño. Bien. Entonces vuelvo al recibidor y comienzo la inspección a fondo, reviso las puertas, los laterales del sofá por si al pasar lo han rozado... ¡la habitación! Entro corriendo por si se les hubiera ocurrido tumbarse en MI CAMA. Uff, menos mal, ni rastro de ellos en la colcha. Bueno, entonces ya puedo quedarme tranquilo. Echemos esa siestecita que tanta falta me hace.

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