jueves, 22 de febrero de 2007

De cómo elegí a mis amos


Prometí contaros un día cómo elegí a mis amos... y aquí va. En mi camada fuimos dieciséis hermanos -creo recordar- y los padres adoptivos de mis padres comenzaron a vendernos. Pusieron un anuncio en Segundamano y empezaron a venir visitas. Mis padres y yo estábamos viviendo en una especie de gran corral con una verja donde mi madre (que se llama Hilary) nos daba de mamar y nos limpiaba y mi padre (que se llama Clinton) se dedicaba a ladrar como una fiera a cualquiera que se nos acercara.

(Hum... no entiendo esas risas por el nombre de mis padres... ¿acaso me carcajeo yo cuando oigo que una madre llama a su hija "Shaila, ven aquí"? ¿Dónde dice que los perros no puedan tener nombres de persona y viceversa?) (Aquí puedes ver un impresionante listado de nombres de perro organizados por orden alfabético.)

Sigamos. El caso es que cuando venía una visita nos colocaban a los dieciséis en un canastillo enorme que a su vez ponían sobre una carretilla para transportarnos más cómodamente hasta el porche, que es donde los posibles amos adoptivos se colocaban para "seleccionarnos".

Una vez en el porche nos iban cogiendo uno a uno y nos ponían sobre la mesa del porche para que los aspirantes nos viesen bien. Por aquel entonces teníamos una semana, así que mis hermanos y yo no hacíamos más que llorar, dormir, llorar y buscar un pezón al que agarrarnos. Al sentir la fría mesa bajo sus débiles patas mis hermanitos lloraban y se arrastraban para reagruparse y sentir de nuevo el agradable calor de sus pequeños cuerpecitos... menos yo.

Siempre fui muy "echao palante", así que pensé que no iba a dejar que nadie me eligiera. Sería yo el que decidiera quién me iba a adoptar. El caso es que en lugar de llorar y huir me dediqué a olisquear las finas manos que se me acercaban (entonces no lo sabía, pero eran las de quien iba a ser mi ama). Me arrimé a ellas, las chupeteé un poco, puse ojitos... y ya estaban en el bote, tanto ella como él.

Bueno, también es verdad que -y no lo digo sin rubor- yo era el más guapo de todos. Como la mayoría sabréis, los dálmatas nacemos casi sin manchas y luego nos van saliendo poco a poco. En mi caso, al ser mis padres bastante blancos, la mayoría de los cachorros eran totalmente blancos, apenas con algunas manchitas... Y ahí estaba yo, con una oreja totalmente negra, marcando estilo, gordito como un pichón y descarado, nada de lloros... ¿quién se iba a resistir a mis encantos? Nadie.

Así fue como mis actuales amos cayeron en mis redes. En ese momento decidieron que me querían a mí, y dieron lo que se llama "una señal" para reservarme, porque siendo tan pequeño no me podían separar de mi madre. Así que desde ese día hasta que vinieron a buscarme para llevarme con ellos mi único objetivo fue engordar y crecer para irme sano y feliz a mi nueva casa.

(¿Que si no me siento mal porque me compraran como el que compra un kilo de churros? Pues mira, no. De hecho me siento doblemente orgulloso, porque con los años aprendes que los amos sólo dan una señal por las cosas realmente importantes que quieren en su vida: una casa, un coche... y un perro. Por lo demás no se molestan, sacan la tarjetita y punto.)

Otro día os contaré cómo fue el viaje desde Pioz hasta mi casa adoptiva... sólo de pensar en un viaje largo en coche se me da la vuelta el estómago... mejor lo dejamos por hoy. Guau.

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